Cuando la América de habla hispana despertaba de varios siglos de letargo colonial llegó a sus costas la Biblia en castellano. En los templos católicos que abundaban en ciudades y pueblos, y en algunos conventos, había habido Biblias en latín que se guardaban como joyas pero que el pueblo no podía leer ni estudiar. Aunque había manifestaciones religiosas espectaculares e imágenes de Cristo por todas partes, la Palabra liberadora y transformadora del evangelio no se había difundido más allá de algunos pequeños círculos. Como había decretado el Concilio de Trento el cristianismo predominante consideraba peligrosa la lectura de la Biblia en la lengua del pueblo. Uno de los portadores entusiastas de la Biblia en castellano fue Diego Thomson (1781–1854), quien al mismo tiempo fue un campeón de la educación popular. Y con la ola libertaria que culminó con la independencia del Perú en 1824, empezó a difundirse la Biblia y el pueblo pudo escuchar, creer, y repetir las palabras de Jesús: “Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres”.

A lo largo del siglo diecinueve, y mucho más en el veinte, la Biblia fue la clave de la formación de iglesias y comunidades evangélicas que misioneros y predicadores difundieron con entusiasmo, muchas veces contra viento y marea. Existe ya un rico acervo de investigaciones sociológicas y antropológicas que muestran los cambios sociales operados en pueblos y comunidades donde las iglesias evangélicas se extendieron y la lectura de la Biblia se difundió por medios como la predicación, la poesía, la himnología, la docencia pastoral y la cultura popular. Hoy se puede hablar de una cultura evangélica en la cual el mensaje bíblico juega un papel importante en la formación de la identidad de las personas y en la trasformación de sus hábitos hacia una vida de mayor plenitud humana.

Las crisis sociales de la década de 1960, y el resurgimiento de una conciencia de identidad latinoamericana, hicieron que se plantease con sentido de urgencia la necesidad de leer la Palabra de Dios buscando en ella luz para los interrogantes que brotaban de un contexto agitado. Las grandes Conferencias Evangélicas y los Congresos de Evangelización fueron el ámbito de encuentro y comunión en que se formó una nueva generación de biblistas y teólogos evangélicos que se esforzaron en responder a las acuciantes preguntas de su pueblo. El presente Comentario Bíblico Contemporáneo es el trabajo colectivo de varias generaciones de estudiosos evangélicos. Nos ofrecen una lectura de la Biblia que sin perder la dimensión misionera y evangelizadora, busca también con honestidad intelectual responder a las urgentes necesidades pastorales de una sociedad en transformación.

Haber conseguido que estudiosos y estudiosas de toda América, de muy diferentes denominaciones, y de una diversidad de generaciones, colaboraran en este proyecto, es una verdadera hazaña, no solo desde el punto de vista editorial sino también pastoral, docente y administrativo. Quien escribe estas líneas pedía en 1970, en ocasión de la fundación de la Fraternidad Teológica Latinoamericana, que surgiera una teología que distinguiese entre el mensaje bíblico y el ropaje anglosajón. No podemos más que alegrarnos de la publicación de este Comentario que con su permanente fidelidad al texto de la Palabra revelada, ha buscado también la más definida pertinencia contextual.

Nuestra gratitud profunda a Dios y a quienes han trabajado en este proyecto cuya culminación contem- plamos con alegría.

Samuel Escobar, escritor, educador y teólogo